martes, 9 de octubre de 2012

NO PROCURÉIS ACONSEJAR AL SEÑOR



Por el presidente Marión G. Romney
Primer Consejero en la Primera Presidencia

Publicado en la Liahona Febrero-Marzo 1986

Es significativo que Jacob, el gran profeta del Libro de Mormón, nos haya exhortado con estas palabras a los que vivimos en los últimos días: "No procuréis aconsejar al Señor, antes aceptad el consejo de su mano". (Jacob 4:1.0.)

En mi opinión, procurar aconsejar al Señor generalmente quiere decir no hacer caso a sus consejos, ya sea a sabiendas o involuntariamente, y substituirlos por nuestras propias ideas o las creencias de los hombres. Esta es una debilidad humana muy común, y mientras no la dominemos, no obstante todos los demás dones y éxitos que logremos, no podremos estar  en verdadera comunión con el Espíritu del Señor.

Por otra parte, cuando una persona conoce la voluntad del Señor y la obedece, siempre estará más cerca del Espíritu. Desde el principio del mundo, toda la historia de los tratos de Dios con sus hijos testifica del hecho de que aquellos que no lo escuchan fracasan y no reciben más que sufrimiento como resultado de ello.

Por ejemplo, en la época de Samuel, el pueblo de Israel exigió tener un rey. "Constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones", pidieron (1 Samuel 8:5), porque pensaban que era más importante ser iguales a la gente que-los rodeaba, las naciones paganas, que seguir los consejos del Señor.

Mediante el profeta Samuel, el Señor protestó seriamente, diciéndoles: "Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y... de a caballo, para que corran delante de su carro. . . "Tomará también a vuestras hijas para que sean... cocineras y amasadoras. "Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares. . . "Diezmará vuestro grano y vuestras viñas. . . "y seréis sus siervos. . . "Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; "y nosotros seremos también como todas las naciones. . ." (1 Samuel 8:11-20.)

Samuel se quedó muy apesadumbrado ante la obstinación del pueblo, porque sabía que si éste persistía en exigir un rey desafiando así los consejos del Señor, sería imposible evitar su caída. Pero Dios, que siempre respeta el libre albedrío del hombre, ya sea que éste lo emplee para hacer bien o para equivocarse, le dijo a Samuel: "Oye la voz del pueblo... porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos." (1 Samuel 8:7.)

Como sabemos, Israel tuvo su rey [Saúl], Con el paso de unas pocas generaciones el reino se encontró dividido, el pueblo fue llevado cautivo, el reino de Israel fue dispersado, y de Judá fue "proverbio y refrán" entre las naciones [véase I Reyes 9:7].

Otro ejemplo de la tribulación que sobreviene cuando no se presta atención a los consejos del Señor lo tenemos en la vida del rey Saúl. Por medio de Samuel, Jehová le mandó que destruyera todos los animales de los amalecitas; no obstante,  él decidió preservar lo mejor de las ovejas, del ganado, de los animales engordados y de los corderos y, más tarde, al ver llegar a Samuel, le dijo engañosamente: "Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová."

"¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?", le  respondió el profeta, haciéndole saber así que no lo engañaba. Saúl le dijo, quizás con  vacilación y un tanto abochornado: "El pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos." (1 Samuel 15:13-15.)

A lo cual Samuel le contestó muy claramente: "Jehová te envió en misión. . . "¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová. . .?"(1 Samuel 15:18, 19.) Saúl sabía que había desobedecido al Señor; sin embargo, trató de echarle la culpa al pueblo, diciendo: "Antes bien he obedecido la voz de Jehová. … "Más el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios. . ." (1 Samuel 15:20, 21; cursiva agregada.)

Entonces, Samuel le hizo una observación que lo obligara a un examen de conciencia, y que es de igual importancia para nosotros en nuestros días: "¿Se complace Jehová tanto en  los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente  el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. "Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación." (1 Samuel 15:22-23.)

Cuando rehusamos aceptar los consejos del Señor, nosotros también demostramos que somos obstinados y que rechazamos su guía inspiradora. Felizmente, Él nos ama y está dispuesto a ayudarnos aprender a aceptar "el consejo de su mano" si deseamos sinceramente ejercer la rectitud. Esa es una delas lecciones que aprendemos de una conocida experiencia en la vida del profeta José Smith.

Ante la terca insistencia de Martin Harris, el Profeta se dirigió tres veces al Señor solicitándole su consentimiento para permitir que Harris se llevara las 116 páginas manuscritas de la traducción del Libro de Mormón con el fin de mostrárselas a algunos amigos. Dos veces el Señor respondió negativamente, pero finalmente dio su consentimiento. Unas tres semanas más tarde, los temores de José Smith de que las páginas se hubieran perdido fueron confirmados por Martin Harris en la casa de los padres del Profeta, en Palmyra, estado de Nueva York,  adonde él se había dirigido lleno de ansiedad para descubrir el motivo por el cual Harris demoraba tanto en devolverle el manuscrito. La madre del Profeta escribió que éste, su hermano Hyrum y Martin Harris se encontraban sentados a la mesa para la cena:

"El [Harris] tomó el cuchillo y el tenedor como si fuera a utilizarlos, pero inmediatamente los dejó caer sobre la mesa. Al observar esto, Hyrum le preguntó: "—Martín, ¿por qué no come? ¿Se siente usted mal? "A lo cual el señor Harris, apretándose las sienes con las manos, prorrumpió en lamentaciones con un tono de profunda angustia:

"— ¡Ah, he perdido mi alma! ¡He perdido mi alma!
"José, que hasta ese momento no había expresado sus temores, se levantó de un brinco, exclamando: "
—Martin, ¿ha perdido el manuscrito? ¿Ha quebrantado usted su juramento, trayendo la condenación sobre mí y también sobre usted mismo?
"—Sí —musitó Harris—; ha desaparecido, y no sé a dónde ha ido a parar. . .
"—Entonces —dijo José—, ¿debo volver con semejante historia? No me atrevo a hacerlo. ¿Y cómo me voy a presentar ante el Señor? ¡Ah!, ¿de qué reprimenda del ángel del Altísimo no soy merecedor?

"Le rogué que no se lamentase así. . .", continúa su madre. "Pero, ¿qué podía hacer yo para consolarlo, cuando veía a toda la familia en la misma condición mental en la que él estaba, ya que sollozos, lamentos y las expresiones más amargas de pesar llenaban la casa? Sin embargo, José estaba más turbado que todos los demás, pues entendía mejor que todos las consecuencias de la desobediencia. Y continuó caminando, llorando y lamentándose hasta la puesta del sol, cuando logramos persuadirlo a que tomara algo de alimento.

"A la mañana siguiente salió para su casa. Nos separamos llenos de pesar, pues en ese momento parecía que todo lo que tan anhelosamente habíamos esperado, y que había sido en secreto fuente de tanto gozo, en un instante había desaparecido, y para siempre." (History of Joseph Smith by His Mother, Lucy Mack Smith, ed. por Preston Nibley, Salt Lake City: Bookcraft, 1954, págs. 128-129.)

Como consecuencia de haber importunado tanto al Señor pidiéndole permiso para dejar que Martin Harris se llevara los escritos, el Señor le quitó al Profeta el Urim y Tumim, las planchas y el don de traducir.  Sin embargo, después de que el joven de veintidós años se hubo humillado por medio de un sincero arrepentimiento, recuperó todos esos privilegios. En una revelación concerniente a esos hechos, José Smith recibió una reprimenda por haber cedido a "las persuasiones de los hombres" y por "haber temido al hombre más que a Dios"; también se le aseguró que si hubiera "sido fiel", el Señor "con su brazo extendido" lo "hubiera defendido de todos los dardos encendidos del adversario" y habría estado con él "en toda hora de angustia" (véase D. y C. 3:6-8).

El jamás olvidó la lección tan fundamental de esa experiencia y, después de obtener nuevamente la gracia del Señor, continuó su misión y le dio fin siendo el grandioso Profeta de la Restauración. También nosotros debemos aprender esa gran lección, y prepararnos a  fin de poder vivir de acuerdo con la guía y el consejo que recibimos del Señor por medio de sus profetas.

Lehi, al aconsejar a su hijo Jacob, hizo una declaración muy interesante, que nos invita a meditar: "Todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe" (2 Nefi 2:24), lo que significa, si interpreto sus palabras correctamente, que la sabiduría está en proporción con el conocimiento; y siendo así, ¡cuán insignificante es la sabiduría del hombre, que se basa en su limitada experiencia terrenal, comparada con la de Dios, que se basa en su conocimiento absoluto de todo!

Pablo debe de haber pensado en ese contraste cuando escribió a los corintios lo siguiente:
"¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?" Y luego agregó: "Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres." (1 Corintios 1:20,25.)

No creo que sean muchos los miembros de la Iglesia que conscientemente atiendan a las persuasiones del hombre o a su propia opinión en lugar de escuchar al Señor. Sin embargo, cuando no nos esforzamos por saber cuál es su consejo, tendemos  a substituirlo con nuestra propia opinión. En realidad, no nos queda otra cosa por hacer si no nos tomamos la molestia de averiguar qué quiere el Señor  que hagamos.

El ambiente que nos rodea contribuye, por lo menos en dos formas, a nuestra ignorancia con respecto a los consejos de Dios. Primero, el hecho de que la nuestra es una época de especializaciones. La ciencia, la industria, las profesiones son todas tan complejas y especializadas que cada uno de nosotros se encuentra bajo una gran presión para aprender cada vez más sobre su campo particular de labor. Parece que son muy pocas las personas de quienes se espera que posean un conocimiento amplio y profundo de toda la materia de la cual su especialidad no es más que una porción. Segundo, el mundo con sus problemas nos aplasta por medio de los medios de comunicación, de la tecnología y de nuestro propio estilo de vida  hasta el punto de que comemos y dormimos, descansamos y trabajamos, viajamos y esperamos con un horario en la mano, haciéndolo siempre todo con la mayor rapidez posible y encontrando, en medio de ese torbellino, poco tiempo para tratar de conocer la voluntad del Señor.

El remedio se encuentra en la obediencia al consejo del Señor de dejar que "reposen en vuestra mente las solemnidades de la eternidad" (D. y C. 43:34). Si somos obedientes al consejo que Él nos da, de que estudiemos las Escrituras, las solemnidades de la eternidad ciertamente reposarán en nuestra mente; con rectitud nos volveremos al Señor en nuestras oraciones, en nuestro estudio de las Escrituras y en nuestras conversaciones de familia. Más aún, podemos conocer sus consejos en nuestras obligaciones en el hogar, en la Iglesia y en el trabajo, porque no estamos, como el mundo, a la deriva en las tinieblas, siempre aprendiendo sin poder llegar nunca al conocimiento de la verdad [véase 2 Timoteo 3:7].

Sabemos con certeza dónde encontrar el consejo del Señor: lo hallamos (1) en las Escrituras, que contienen su palabra; (2) en el consejo de los profetas vivientes; (3) por medio de la inspiración y revelación que cada uno de nosotros puede recibir para que lo guíe, de acuerdo con sus deberes y circunstancias. El beber intensamente en estos manantiales de agua viva será una bendición para todo miembro de la Iglesia. No os permitáis estar tan ocupados o cansados que no podáis beber de esas aguas espirituales. La fortaleza, la sabiduría y la inspiración que recibiréis de ellas os pagarán con creces vuestro esfuerzo. Sigamos el ejemplo de los hijos de Mosíah, que empezaron su ministerio con las mismas posibilidades que están al alcance de todos nosotros: buenos deseos y un llamamiento para trabajar en el servicio del Maestro.

Las Escrituras nos dicen: "Y aconteció que mientras Alma iba viajando... encontró a los hijos de Mosíah que viajaban hacia la tierra de Zarahemla. "Estos hijos de Mosíah estaban con Alma en la ocasión en que el ángel le apareció por primera vez; por tanto, Alma se alegró muchísimo de ver a sus hermanos: y lo que aumentó más su gozo fue que aún eran sus hermanos en el Señor; sí, y se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios.

"Más eso no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de profecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios."  (Alma 17:1-3; cursiva agregada.)

Que así pueda ser con cada uno de nosotros, y que no procuremos aconsejar al Señor, sino aceptemos su consejo escudriñando "diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios" y aplicarla diariamente en nuestra vida.